En el ámbito profesional, el incumplimiento de nuestra palabra termina siendo motivo de rechazo social y laboral, y en muchas ocasiones es motivo, declarado o no, del cese de relaciones profesionales bien como empleado o como socio. De manera inconsciente, cuando se cierra un trato verbal se hace desde la buena fe y la confianza y se espera una respuesta acorde.
Cuando no respetamos los compromisos establecidos emitimos diversos mensajes a nuestros interlocutores:
- Les demostramos que no nos importan. No nos interesan como personas, ni los perjuicios que puedan derivarse de nuestra actitud. En ocasiones puede ser tiempo, el saber que alguien se organiza de una manera para poder atendernos y, sin embargo, no respetamos el sobreesfuerzo que implica.
- Ponemos en evidencia que lo importante son nuestros intereses. Profesionales o personales. Incluso en el caso de proyectos en común, la no asistencia a las reuniones, el no cumplir los trabajos en el tiempo acordado, denotan que sólo estamos dispuestos a colaborar si las cosas se hacen a nuestra manera y en nuestro beneficio. Dejamos claro que no somos un equipo, sino un grupo, y que nuestros intereses han de prevalecer por encima de los de los demás. Eso incluye también prestación de servicios y ventas. El cliente, una vez que lo tenemos bajo nuestro control ha de hacer lo que estimemos. Lamentablemente en algunos campos en los que la mayoría somos profanos no es inusual el encontrarnos con estas actitudes de prepotencia y explotación.
- En muchas ocasiones se manifiesta una clara manipulación. Nos comprometemos con proyectos, con actividades, con otras personas únicamente con un interés lucrativo, que puede ser directamente económico, de reconocimiento social o profesional, que nos abra puertas que somos incapaces de abrir por nosotros mismos. Y una vez conseguido el objetivo, tachamos a esa persona de no válida para el proyecto apropiándonos de su esfuerzo, conocimientos o contactos. Esta actitud se acompaña en muchas ocasiones de magistrales interpretaciones de víctima para justificar las acciones realizadas.
Las consecuencias del incumplimiento de la palabra otorgada son personal y profesionalmente importantes. Y a pesar de vivir en una sociedad donde se facilita el anonimato y la ausencia de responsabilidad en lo que se dice, es necesario trabajar para dar a la palabra un sentido de valor.
Es desde este sentido de valor desde podemos generar relaciones efectivas, relaciones ganar-ganar para todas las partes implicadas. Contribuyendo a establecer condiciones de desarrollo y bienestar para todos, fomentando la asunción de la propia responsabilidad sobre nuestros actos y palabras.
Pero la mayor incidencia del incumplimiento de los compromisos adquiridos es sobre nosotros mismos. Cuando no realizamos aquello que hemos dicho que haríamos generamos un bucle que nos genera pérdida de autoestima y autoconfianza, dificultándonos la realización de aquellos compromisos que hemos adquirido incluso con nosotros mismos. Cómo ya sabemos que los vamos a romper, no nos esforzamos por alcanzar objetivos importantes para nosotros, dejándonos arrastrar por una corriente de pesimismo, angustia y pensamientos negativos. Cuando rompemos sistemáticamente los compromisos adquiridos con los demás y con nosotros mismos, generamos un hábito en el que, de manera inconsciente se asume que no es importante si no se cumple. No ocurre nada.
Pero si que tiene consecuencias, igual que defraudamos a nuestros hijos y compañeros, estamos decepcionando a nuestro yo interior, se suele decir que se defrauda al niño interior, y de esta manera, al igual que nadie cree al pastor gritando que viene el lobo, nos convertimos en personas incapaces de creer aquello con lo que nos comprometemos, quizás no somos consciente, pero el estado mental y emocional que se crea nos arrastra a problemas de comportamiento y emocionales importantes. Se inicia una rueda inconsciente de desmotivación que nos bloquea insconscientemente para la consecución de objetivos y en el cumplimiento de nuevos objetivos.